jueves, 14 de septiembre de 2017



Este es un día, por decirlo así, complejo. En realidad, todo el mes de septiembre lo es. Pero hoy, más aún, hoy se cumple un año de la muerte de mi mamá.
La herida no cicatriza todavía, sigue doliendo y punzando. Lejos, ha sido el dolor más grande y la ausencia más significativa de mi vida.
Y esta ausencia trae consigo a todas las demás, exacerbando el sentimiento de orfandad que su partida me provocó.
La única forma que tengo para lidiar con los sentimientos que me embargan, es seguir adelante con la vida y mantenerme en movimiento. El mundo no se detiene, no existe el botón pausa, por más que uno lo quiera y necesite.
La muerte ha sido un evento recurrente en mi familia. Y lo único que te queda cuando la enfrentas tantas veces, es que uno debe concentrarse en sus propias motivaciones, sueños y metas. No quedarse anclado en el pasado ni en el sufrimiento, sino purificar tus pensamientos.
Miro hacia atrás y veo la fuerza que fui adquiriendo a través del dolor. Me he ido rearmando, he cortado con lo que me estancaba y me siento más segura de lo que puedo lograr, por mi y por mi pequeño.
Eso sí, el amor que siento por ella  no se ha desvanecido, ahí es cuando te das cuenta que el amor va más allá de la cercanía física con las personas.
Que permanece sin importar el tiempo ni la distancia.

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