lunes, 13 de octubre de 2008

La Lluvia...


La lluvia cae sobre la ciudad, sin importarle el ritmo continuo y desenfrenado que esta lleva, ni los individuos que, infructuosamente, tratan de huir para no empaparse.
El ambiente reinante esta muy frío, doy vueltas por cada rincón de mi casa, tratando de buscar un lugar apacible donde leer, los días así suelen sumergirme en una inmensa melancolía. Finalmente, decidí sentarme al lado de la ventana, por la luz suave que penetra de ella y su proximidad a la chimenea, la que acabo de encender.
Observo cada gota que se desliza sobre la ventana y noto que van dibujando formas que en un principio no reconozco, pero al cabo de unos minutos me doy cuenta que ellas tratan de llevar a mi memoria la imagen de quien fuese el raptor de mi corazón y que, irremediablemente, decidió irse sin decir palabra.
La lluvia cae sobre la ciudad tal como el día de su partida, incluso el paisaje se ha mantenido intacto, por ejemplo, el árbol de naranjo, que esta en la acera de enfrente, se ha mantenido sin florecer desde entonces; la gotera de la cocina, que nunca reparó y yo sigo sin hacerlo, sigue emitiendo el mismo sonido tac, tac, tac; el reloj del pasillo, sigue detenido a la misma hora que presumo, el se marchó, las 19:30; aun leo el mismo libro de poemas que para mi ultimo cumpleaños me regaló, cuyas hojas están muy desgastadas de tanto pasar mis dedos por ellas, como si con frotarlas, cual lámpara de Aladino, el fuese a volver.
No he querido quitar ni cambiar nada, ni siquiera las telas de arañas de las esquinas, o el polvo que esta sobre el piano en el que él solía ejecutar las más dulces melodías para mí, durante las tardes de otoño, mientras lo miraba directamente a sus profundos ojos castaños, o nuevamente llenar los estantes, ahora vacios, que solian contener sus cuantiosas partituras.
La lluvia cae sobre la ciudad inundando las calles y también mis ojos, los que desbordados dejan deslizar sobre mis mejillas sus torrentes, enciendo rápidamente un cigarrillo para no sollozar o explotar en un llanto incontrolable.
Pero luego, noto que estos torrentes no inundan solamente mis ojos sino también mi corazón, formando una mezcla de lágrimas y sangre, dificultando su función bombeante, generándome un dolor en el pecho, que no me es extraño, es un dolor familiar, uno al que me he estado acostumbrando, por que siempre aparece cuando el cielo abre sus compuertas y los recuerdos del ayer se apropian del presente...