La lluvia cae insistentemente. Este tiempo
es bien recibido, luego de varias semanas padeciendo los calores infernales del
verano en esta ciudad plagada de cemento. Y la tierra lo agradece.
Rápidamente abro todas las ventanas de la
casa, para que entre ese olor característico a aire limpio y tierra mojada.
Según leí por ahí, el término que
denomina a uno de mis olores favoritos es petricor que viene del
griego petros que significa “piedra” e ichor que significa
"el fluido que fluye en las venas de los dioses". Sin embargo, esta
palabra aún no es reconocida por la RAE.
Respiro profundo para disfrutar ese aroma
que he amado desde siempre. Y es que hay algo muy primitivo en este olor.
Una combinación de aceites aromáticos
provenientes de las plantas y de las bacterias que habitan el suelo los cuales,
al ser azotados por las gotas que caen incesantemente, crean una especie de
aerosol que invade con este perfume todo en derredor.
Al percibirlo, se activa nuestra memoria
ancestral que lo reconoce y disfruta, pues la lluvia era un buen presagio
para nuestros antepasados, un sinónimo de vida y supervivencia.
Y esta fragancia cálida y terrenal es tan
cautivante, que ha sido perseguida por perfumistas a través del tiempo para
capturar su esencia. Pero no han tenido éxito debido a los cuantiosos ingredientes que están presentes en el.
Sin pensar en nada más que en el sonido de las gotas y el viento, cierro los ojos para intensificar esta sensación de disfrute que me va sumiendo en un sopor y somnolencia exquisitos.