Una relación a distancia podría definirse como la época en que el corazón se nos va al estómago. Le extrañas tanto que puedes o comer a destajo para llenar el vacío o volverte inapetente. Te llama y tu estómago reacciona inmediatamente con mariposas que revolotean en tu interior.
Además, todos estos efectos se exacerban durante el primer año, que también es la prueba de fuego. Se prueba la constancia, paciencia y resistencia, pero nunca te “acostumbras” a la ausencia.
Sin embargo, la pregunta de rigor es, ¿qué hacer con tanta soledad? Porque esta soledad es muy diferente a aquella que se experimenta cuando terminas una relación, ya que tienes la certeza de que del otro lado del celular hay alguien que espera con ansias escucharte y viceversa.
Aunque la tecnología y redes sociales ayudan a crear una ilusión de cercanía está claro que los emojis nunca serán suficientes para decirle te extraño, y que las conversaciones por facetime jamás podrán reemplazar el mirarse a los ojos cuando nos encontramos.
Y mientras siento que esas dos horas que nos distancian son enormes, todo este tiempo a solas conmigo misma me ayuda a entender que la relación sigue siendo un tú + yo, un nosotros, apesar de estar separados...