miércoles, 6 de junio de 2018

Hoy lloré...


Hoy lloré...
Lloré viendo una película que han dado muchas veces, de esas comedias románticas protagonizadas por Tom Hank y Meg Ryan.
No por la temática en sí... sólo por una breve escena.
Una donde ella dice estar triste porque su mundo cambió irremediablemente y siente que al terminar ese ciclo es como si su madre muriera nuevamente.
En el lapso de un segundo, vino a mi cabeza los sueños recurrentes que he tenido estas últimas semanas con mi mamá.
Una conocida me dijo que eso era signo de que necesitaba contención, que mi madre era la representación de aquello.
Y es cierto, la extraño muchísimo. Extraño esa sensación de que te acojan, cobijen y protejan. Su consejo, su amor incondicional. Finalmente y no en vano, es la primera figura en nuestras vidas que nos entrega amor y nos enseña a amar.
Y, a pesar de que sé que soy lo suficientemente fuerte para afrontar todo lo que se ha presentado. Y de que soy lo suficientemente persistente para seguir adelante. Su presencia es muy necesaria... y el extrañarla y soñarla tanto, el signo más evidente de aquello.
Sin embargo, también sé que no estoy del todo sola... que tengo personas maravillosas que me rodean, quieren y cuidan.
Aún así, lloré... dejé salir todas las lágrimas que se habían acumulado hasta ahora, por rabia, pena, cansancio, indignación, hastío, por todas las ausencias que aún duelen, por extrañar tanto... esta vez no me detuve, no me contuve...
Por eso hoy lloré...



1 comentario:

El Editor Jefe dijo...

Llorar nos libera psicológica y biológicamente. Nos limpia por dentro y por fuera, nos reconcilia con nuestros sentimientos y permite abrir esas habitaciones, que a veces olvidamos ventilar. Es bueno recordarla, lo sabes, es genial que reconozcas todo lo bueno que has vivido y te reconcilies con la sana humedad de las lágrimas. Te amo y admiro esa fortaleza y sencillez de tu persona... pero por sobre todo, te amo...