Y cuando pienso en todo esto, me viene a la memoria una escena de mi película favorita, Los puentes de Madison, donde la lluvia es protagonista.
Llegué a la oficina de la abogada un tanto empapada. Él ya estaba allí. Tardaron en atendernos, pero Roberto encontró la manera de entretenerse, conversando con una chica e intercambiando teléfonos. El eterno coqueto encantador.
La sala de espera estaba sofocante, comenzó a dolerme la cabeza y me empecé a marear.
Finalmente, la abogada nos llamó, nos entregó los documentos y salimos camino al juzgado.
Seguía lloviendo a cántaros, mi paraguas a penas me cubría y daba algunos saltos para evitar los charcos.
Una vez en el juzgado, vino a mi cabeza recuerdos de nuestro matrimonio. Los dos frente a un juez, firmando, esta vez, un documento que pone fin a todo este proceso de desenamorarse y tomar rumbos distintos.
Varias veces estuve a punto de llorar, no porque fuese a echarlo de menos o sienta amor romántico... No!
Sino de pensar en las decisiones que uno toma, con las mejores intenciones y después se va todo al carajo. Que alguien con quien compartiste momentos de intimidad y confianza, luego se transforme en un extraño. Es fuerte.
Una vez terminado el trámite, él desapareció repentinamente y yo me fui rápidamente bajo esa lluvia imparable, que me recibió, quizá también lamentándose por los amores que no resultan...
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