martes, 4 de junio de 2019

La lluvia...

Siempre he considerado que la lluvia tiene una carga de dramatismo insuperable. Todo es más intenso si ocurre bajo la lluvia. Una ruptura, un beso, un engaño, un enamoramiento o una declaración de amor.
Y cuando pienso en todo esto, me viene a la memoria una escena de mi película favorita, Los puentes de Madison, donde la lluvia es protagonista.
Y justo se hizo presente cuando estaba por firmar mi divorcio. Llovía de forma intensa, obligándome a apurar el paso.
Llegué a la oficina de la abogada un tanto empapada. Él ya estaba allí. Tardaron en atendernos, pero Roberto encontró la manera de entretenerse, conversando con una chica e intercambiando teléfonos. El eterno coqueto encantador.
La sala de espera estaba sofocante, comenzó a dolerme la cabeza y me empecé a marear.
Finalmente, la abogada nos llamó, nos entregó los documentos y salimos camino al juzgado.
Seguía lloviendo a cántaros, mi paraguas a penas me cubría y daba algunos saltos para evitar los charcos.
Una vez en el juzgado, vino a mi cabeza recuerdos de nuestro matrimonio. Los dos frente a un juez, firmando, esta vez, un documento que pone fin a todo este proceso de desenamorarse y tomar rumbos distintos.
Varias veces estuve a punto de llorar, no porque fuese a echarlo de menos o sienta amor romántico... No!
Sino de pensar en las decisiones que uno toma, con las mejores intenciones y después se va todo al carajo. Que alguien con quien compartiste momentos de intimidad y confianza, luego se transforme en un extraño. Es fuerte.
Una vez terminado el trámite, él desapareció repentinamente y yo me fui rápidamente bajo esa lluvia imparable, que me recibió, quizá también lamentándose por los amores que no resultan...



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