sábado, 15 de diciembre de 2018

Puros cuentos: Rebeca


-Esto se acabó- pensó Rebeca, mientras caminaba sin rumbo por la carretera, a medianoche.
Llevaba 5 años saliendo con su novio Marco, cada uno viviendo en ciudades distantes. Al principio, fue muy difícil para ambos, pero con el tiempo se fueron acostumbrando.
Ella trabajaba en una oficina contable. La rutina y lo mecánico del laburo le agradaba, todo estaba controlado, no había sorpresas.
Y en su relación tampoco, todas las mañanas un texto de buenos días. Luego, en la tarde, algún emoji simpático. Antes de dormir, un llamado telefónico para contar sus respectivos días y una despedida amorosa.
Al principio, le urgía vivir juntos. Anhelaba su cercanía. Pero los años fueron diluyendo aquel deseo. Ella admitía que le gustaba su independencia, tener su apartamento hecho un caos si le daba pereza asear, no cocinar o andar en pijama el día entero... le agradaba tener esos espacios de soledad pero al mismo tiempo saber que había alguien ahí pendiente de ella y viceversa.
No sabía si él estaba cómodo con la situación, pero nunca le había reclamado algo, así que supuso que estaba bien.
Se visitaban cada 15 días. Cuando ella lo recibía, preparaba una cena exquisita, vino, música suave. Cuando era turno de él,  salían a comer y luego un taxi a casa. Hacían el amor y a dormir. Así era cada vez que se veían y le gustaba.
Pero un mes atrás él dijo que no podía viajar... y el fin de semana que a ella le tocaba viajar, él dijo que no podía recibirla.
Además, dejó de escribirle por las mañanas, decía estar muy ocupado. Y por las noches era casi un monólogo, sólo hablaba ella, el apenas pronunciaba algún monosílabo y la hacía sentir fatal.
Se acercaba un nuevo fin de semana y él, nuevamente se excusaba para no viajar. Así que decidió ir ella a averiguar qué estaba pasando.
Cuando llegó a la casa de Marco, temblaba. Miró a través de la reja, pero las cortinas estaban cerradas. Así que decidió trepar el muro y entrar. Una vez que lo hizo caminó sigilosamente hacia la ventana de su habitación. Y él no estaba solo. Escuchó una voz femenina, risas y luego gemidos...
No pudo evitar que se le escapara un sollozo... lo que alertó a la pareja. Corrió  y trepo rápidamente el muro para no ser descubierta.
Corrió sin detenerse y sin dejar de llorar. Hasta que llegó a la carretera.
Ella había dado por sentado, que todo estaba bien. Marco nunca le había reclamado nada, sólo su indiferencia le advirtió que algo andaba mal.
Tenía rabia, pena... Porqué no fue sincero? Porqué tenía que enterarse de esa forma?
-Esto se acabó- repetía una y otra vez, como tratando de convencerse. En eso, se torció el pié y cayó en una zanja mal oliente.
-Esto se acabó- dijo con una voz apenas perceptible mientras sentía como las fuerzas la abandonaban lentamente.
Al día siguiente, un perro la despertó al lamerle el rostro.
Se incorporó con dificultad. Estaba enlodada y olía a rayos. Se largó a llorar.
Una vez repuesta, decidió volver. No podía irse sin enfrentarlo.
Y así, toda sucia y maloliente, llegó a casa de Marco.
El abrió la puerta y quedó perplejo al verla en su casa y en tan malas condiciones.
-Ya sé porque no quieres verme- le dijo. Él, más sorprendido aún, no podía decir palabra alguna.
-No quiero explicaciones, sólo quería decirte en la cara que eres un malnacido, un traidor... ¡una mierda!- y mirándolo con ira desatada, lo escupió y le dió una patada en las gónadas, que lo dejó tirado en el suelo, retorciéndose del dolor.
Ella se arregló el cabello, suspiró y comenzó a caminar rumbo al terminal.

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